viernes, 29 de septiembre de 2017

Un perro habanero

Hace ya 20 años hice una película que titulé "Un perro habanero", ayer la volví a ver y recordé aquellos tiempos duramente inhumanos, tiempos en que nos faltaba casi todo, el agua, la luz, la comida, el transporte. Aquello que irónicamente titularon Periodo Especial, tal vez para reírse de nuestros sufrimientos. Pero lo que no faltó, lo que no pudieron racionar o quitar fueron las ansias y el deseo de superarnos, de seguir creando. 
Cambiamos bicicleta por masa corporal y todos nos veíamos flacos, demacrados, muy ceca de aquellas imágenes de los campos de concentración nazi, pero no nos pudieron racionar el amor y las ganas de hacer aunque fuera a escondidas. Así surgió la idea de mi pequeña película. 
Recuerdo que fue una tarde, a mi regreso del trabajo en aquella productora audiovisual donde nos debatíamos entre carencias de recursos y ganas de hacer. Ese día como acostumbraba, pasé por el Circulo Infantil (guardería), a buscar a mis entonces pequeños hijos. La niña adelante en un improvisado asientico y el varón detrás, sobre la parrilla de mi pesada bicicleta china marca Forever, y vaya con las ironías. Aquel día no bajé del vehículo en la loma arriba, pedalee con en afán  de llegar los más pronto posible a casa (otra ironía), no hice más que llegar y sentado en la cama de la sala, comedor, cuarto y a veces baño escribí de un golpe las secuencias de lo que sería mi peliculita.
Al día siguiente se lo mostré a mi equipo pero todos concordamos que sería imposible materializar aquella locura con los equipos de la productora estatal, así que busqué una cámara VHS prestada y nos dimos a la aventura de realizarla. Aquello que no sería algo más que una sucesión de escenas donde un tipo huía de la realidad en colores para entrar en sus sueños en blanco y negro, además de homenajear a mi manera algunos clásicos de la cinematografía mundial y la primera película cubana que se conservaba. 
Quise en 7 escasos minutos, reflejar la pobreza, la marginalidad, la vigilancia a que estábamos sometidos, el encierro, el sentirnos como marionetas que tiraban unos hilos. Un mundo donde se empezó a ir para atrás expresado en un surrealismo que no era tal pues era nuestra dura realidad de sentirnos una especie de perros callejeros que no valíamos nada. 
Por aquel entonces el audiovisual y la literatura se saturaban del cubano que no podía viajar al extranjero, entrar a un hotel o comprar en una tienda. En mi caso solo quise reflejar como se sentía aquel hombre inmerso en aquella realidad.
Han pasado 20 años, he padecido de calores sofocantes, lluvias y nevadas, he vuelto a recuperar mi peso e incluso más, pero las heridas de aquella época, que creí cerradas, volvieron a abrirse  mientras volvía a ver Un perro habanero.