jueves, 17 de julio de 2014

Para vivir mejor. El largo y tortuoso camino de un contribuyente en Bolivia


Todo comenzó aquel día cuando se percató que su carnet de identidad estaba próximo a vencer. Salió animado en la tarde, y aunque no muy diestro en eso de ubicar direcciones, llegó sin mucho contratiempo a un lugar llamado SEGIP, donde se realizan los trámites al efecto. Había llovido y el sol ardiente aun no había evaporado el rastro de barro que dejó la rápida y fuerte lluvia, entonces sus zapatos nuevos y cómodos como ninguno, comprados en su viaje a la vecina nación conocieron el fango por primera vez.
Una vez allí y ver todo cerrado se percató de que había llegado tarde aunque sólo eran las 2. No estaba solo, dos o tres trastardados miraban confundidos la edificación donde debían atender su gestión. Alguien tocó un timbre que  se camuflaba entre  indicaciones y publicidades (ninguna decía la hora de atención), de una ventana en el piso de arriba asomó la cara de un hombre quien con su mano derecha hizo un ademán indicando que le esperaran. Bajó enseguida y solicito repartió unos papelitos donde ya se daban las indicaciones para iniciar el trámite, casi al retirarse el pequeño grupo alguien preguntó por el horario de atención y el hombre, sin dejar su amabilidad, les dijo que empezaban a las siete y treinta de la mañana - por favor, estén bien temprano que solamente damos 40 fichas, hay gente que viene a las dos de la madrugada.
A las seis de la mañana, aun de noche  ya estaba plantado frente al SEGIP (aun no sabía que querían decir aquellas siglas), delante  de él unas doce personas de diferentes nacionalidades hacía cola. Todo fue rápido, aun no eran las 8 de la mañana y ya le habían revisado los documentos sobre todo lo concerniente al depósito de 60 dólares, que es lo que cuesta el dichoso carnet para los extranjeros.  La funcionaria que lo atendió, muy amable también, le comunicó que todo estaba correcto y le dio una cita 4 meses y 21 días más tarde para hacerse la foto. Mientras se alejaba pensó, cómo era posible que si se pasaba 25 días del vencimiento de su documento de identidad le imponían una considerable multa que se acumulaba diariamente, tendría entonces que andar varios meses con el documento vencido sin que nadie pagara multa por ello. Eso y más se preguntó y es posible que aun se siga preguntando él y muchos más porque las respuestas son nulas.
Gracias a un amigo que le aconsejó que fuera de nuevo, volvió al SEGIP, allí se lo informaron oficialmente, que si iba temprano, bien temprano, podía conseguir ficha, así lo hizo y dos días después amaneció frente a la puerta de aquellas oficinas, era la decimotercera persona que llegaba, pero como no era supersticioso, esperó. Todo salió bien, antes de las ocho de la mañana ya le habían atendido y le dijeron que si quería esperar hasta las 11 o que regresara a esa hora para hacerse la foto.
En menos de una semana ya andaba con su reluciente carnet de de identidad de extranjero. Entonces decidió hacer un trámite que tenía pendiente y no podía realizar por no contar con documento de identidad: Tramitar, como cada año (algo que aun no entiende ni nadie le explica), las autorizaciones para obtener un nuevo talonario para emitir facturas que constan para pagar los impuestos por los servicios que presta.
Llegó el lunes y bien temprano se dirigió a las oficinas de impuestos internos, fue de los primeros en entrar y he ahí la primera decepción - señor este trámite ya no se hace aquí, ahoringa es en la Beni y cuarto anillo. No se decepcionó y partió raudo a las nuevas oficinas. Lo atendieron en información donde le dieron un papel impreso con todos los requisitos para hacer lo que creía una sencilla gestión.
Reunió todos los documentos solicitados, creyó que había hecho la inscripción requerida por internet y de nuevo se personó en las oficinas de impuestos internos pero…después de hacer una breve fila (prefiero decir cola), para ser atendido en información. El funcionario le explicó que ya no había ficha y no lo podían atender pues era casi las cuatro y media de la tarde y cerraban a las seis.
Ya no tan alegre concurrió otra mañana temprano, el de información lo remitió con una joven que lo atendió muy atentamente, reviso los documentos y le dijo que la inscripción no estaba correcta, que allí mismo le ayudarían a hacerla correctamente. De nuevo hizo la cola, el de información le entregó un papelito con un número. En poco tiempo fue llamado a un grupo de computadoras, tomó asiento y asesorado por dos jóvenes al efecto pudo hacer la inscripción correctamente, o al menos eso creyó.
Triunfante hizo de nuevo la cola para sacar una ficha en información que lo remitiera a la joven que atentamente le había atendido antes. El de información lo miro con pena, se rascó la cabeza, observó la hora en el celular y le dijo con voz de funeral que ya se habían acabado las fichas, que volviera al día siguiente, temprano.
Era lunes y llovía, llovía torrencialmente y en Santa Cruz de la Sierra las calles se inundan y los buses no  pueden salir a realizar su labor pues  tienen que transitar por muchas calles sin pavimentar que se convierten en verdaderos ríos, pero tuvo suerte y pudo llegar temprano a las oficinas de Impuestos Internos, era el primero y a la hora que abrieron solo sumaban tres, por supuesto bajo ese aguacero a pocos se le ocurriría ir a hacer trámites para pagar, no para cobrar dinero. Afortunadamente a la joven atenta no le impresionó la lluvia y fue a trabajar, lo atendió amablemente, observándole que el aviso de electricidad que llevaba era una copia y no el original. Ni corto ni perezoso partió bajo la lluvia a buscar el solicitado, lo encontró y regresó a Impuestos Internos.
El de información le anunció que el aviso que llevaba original no servía porque estaba vencido del tiempo mínimo exigido de 60 días, lo que era cierto pero cuando inició su tránsito por aquel largo y tortuoso camino aun faltaba mucho tiempo por vencer. De nuevo bajo la lluvia de aquella mañana que parecía no terminar, llegó a las oficinas centrales de la Cooperativa Rural de Electrificación (CRE), tampoco entendió lo de rural.  Allí le entregaron una ficha y lo enviaron a información. Con una sonrisa, la de información le informó, por supuesto, que no podían darle una copia pues él no era el propietario de donde vivía. Casi le rogó, le mostró los pagos de meses anteriores y ella impasiblemente le dijo que sólo si traía una copia del contrato de alquiler podía darle una copia del aviso de pago de electricidad de la fecha que él solicitaba.
Bajo el agua, que no cesaba, pudo conseguir una copia del contrato. Llegó de nuevo a la CRE, empapado de pies a cabeza. La de información, quien le había negado el aviso no estaba, le atendió otra que sin mirar el imprescindible contrato le entregó un reluciente aviso de luz original.
Corrió de nuevo a Impuestos Internos, gracias a la lluvia esperaban pocas personas. El de información, una vez que comprobó que el aviso de la CRE estaba correcto le entregó una ficha para pasar a la otra oficina. Desde que llegó se percató que la joven solicita atendía un caso complicado, el otro funcionario parecía que pronto iba a terminar con la persona que atendía. En su interior imploró para que no le tocara con él, su cara de ningún amigo anunciaba que le iba a  buscar algún error, una coma, un punto, una fecha, un número o algo que demostrara que tenía el poder de hacerlo ir y venir cuantas veces le viniera en gana. Así fue, apenas sin mirar el contrato de trabajo le dijo que estaba vencido y a pesar de las protestas le espetó que si no quería se quejara con el supervisor, la mañana había terminado diez minutos antes y aquel funcionario evidentemente no iba a embarcarse en un nuevo trámite.
Le explicó de su agonía lluviosa al supervisor, de los tres viajes bajo un torrente de agua a aquellas oficinas azules, el hombre de sonrisa gratis y lentes inteligentes lo comprendió, le dijo que volviera con todo lo requerido y que lo fuera a ver directamente  para que no tuviera que hacer cola y ser atendido.
Entró decidido la tarde siguiente tratando de esconder la derrota que presentía en lo más intimo de su ser. El supervisor de sonrisa gratis y lentes inteligentes, tal y como le prometió le dijo a la joven solicita que lo atendiera cuando terminara con las personas que tenía ante su escritorio, tardó algo pero por fin él pudo sentarse frente a ella con todos sus documentos  correctamente…al menos eso creía. Ella puso cara de desespero, miró el monitor de la computadora, sus ojos iban vertiginosamente de la pantalla al papel con el número de inscripción impreso que le habían entregado varios días antes en esas mismas oficinas. Con mucha pena le dijo que en vez de hacerle una inscripción le había inhabilitado su constancia de contribuyente. Escribió  en un papel las instrucciones de lo que debía hacer la persona que lo atendiera en la parte delantera de Impuestos Internos, donde están las computadoras.
Media hora después volvía adonde ella con la nueva y real inscripción, eran más de las seis de la tarde y la atenta joven atendía de nuevo a la misma persona que cuando había ido un rato antes. Esta vez tardó más, aun así ella no se inmutó por la hora y pasada las siete hurgó sus documentos, tecleó varias veces, le tomó una foto, captó sus huellas digitales, imprimió varios documentos que él firmó, le entregó copias y cuando en la oficina sólo quedaba el supervisor cansado, que se aprestaba a apagar las luces, se despidió de ambos afectuosamente, como si fueran grandes amigos de toda una vida. En realidad creyó que llevaba toda la vida allí, y se retiró con la alegría de quien gana un premio millonario.
Lo demás fue sencillo, ir al día siguiente a una imprenta (autorizada) y solicitar, pagando 100 pesos, que le imprimieran un talonario para emitir facturas.
Al día siguiente lo recogió, fue a su trabajo donde le emitieron el cheque por los servicios prestados dos meses antes. Sin titubear se dirigió al banco, con su cheque y carnet de identidad casi de estreno, allí le entregaron los relucientes billetes de la moneda nacional.
Mientras iba a su casa pensaba, meditaba acerca de las dificultades para poder emitir una factura que posibilite la recaudación de impuestos “para vivir mejor”, imaginó lo felices que debían ser aquellos caseritos y caseritas que venden mocochinche y jugos, quienes por trabajar por un capital, que es la cuarta parte de lo que el percibe de sueldo mensual, no tienen que pagar impuestos, ni pasar por el calvario que él había atravesado y al parecer atravesaría año tras año. 

Llegó a la intercepción, esa que le aterra, por donde los autos o mejor dicho los chóferes de los autos se defecan en la luz roja, la cebra o la figurita azul que indica que los peatones pueden pasar. Siempre cruzaba alerta, mirando varias veces, pero esta vez se confió al ver que un trío de agentes de la policía de tránsito cuidaba que los conductores no se pasaran con la luz roja. Miró tranquilo al agente que silbato en boca, con su cabeza cubierta con un sombrero al mejor estilo de la patrulla de caminos canadiense, intentaba ponerse de acuerdo con sus dos compañeros para organizar aquel caos vehicular, entonces cuando la señal se puso azul inició confiado el paso a la otra acera. Se imaginaba un caserito vendiendo su mocochinche sin tener que pagar impuestos cuando sintió el impacto, un auto que aprovechando al momento en que el agente de sombrero de la patrulla de camino canadiense le decía algo a un chofer que intentaba pasar en rojo, torció a la izquierda (prohibida por cierto), como acostumbran a  hacer muchos cotidianamente, lo golpeó fuertemente lanzándolo al pavimento. Solo pudo ver la cara del chófer que sacaba la cabeza por la ventanilla mirándolo con señal de reprobación por haberse metido en su camino y que siguió con la mayor tranquilidad. Después debió haber perdido el conocimiento algunos segundos, los suficientes para que alguien le sacara el dinero que acababa de cobrar y del que por supuesto debía tributar como buen ciudadano, para vivir mejor.